HUMANIDAD Y COSMOS es un programa que trata de traerle a usted eso que siempre se preguntó y nunca tuvo la oportunidad de escuchar… Hechos históricos ocultados, fenómenos insólitos, creencias, mitos y leyendas, arqueología proscripta, seres extraños, energías prohibidas, noticias curiosas, científicos censurados, el misterio de los objetos voladores no identificados, profecías y vaticinios, sociedades secretas, ecología, enigmas y soluciones para vivir física y espiritualmente sanos.


sábado, 12 de octubre de 2013

ALONSO SÁNCHEZ DE HUELVA, EL OLVIDADO DESCUBRIDOR DE AMÉRICA

El marino Alonso Sánchez cruzó en medio de una terrible tormenta el Océano Tenebroso en 1483 y descubrió unas tierras que hoy se llaman América. Y tras permanecer unos meses, de allí volvió para morir en brazos de Cristóbal Colón confiándole su descubrimiento.

Estatua en homenaje a
Alonso Sánchez, en la
ciudad de Huelva.
Alonso era un hábil piloto, descubrió América sin querer, arrastrado su navío por los vientos al poco de zarpar hacia las islas británicas, donde vendía los productos de su tierra de Huelva, en Andalucía: aceite, vino, carnes saladas. No llegó nunca al norte porque un fuerte temporal lo dejó en otra parte, no supo decir cuál. Tan sólo que parecía el paraíso, que sus habitantes iban desnudos y eran de naturaleza bondadosos. Lo acogieron tan bien que pasó varios meses en la isla y la estancia no debió de ser mala porque, continúa la leyenda, los indígenas hasta le ayudaron a calafatear la embarcación.

Alonso Sánchez anotó la posición de las estrellas, las corrientes, los vientos, las aves que les sobrevolaron cercana ya la costa. Lo que no pudo anticipar era un regreso de pesadilla en el que tendría que luchar contra un mar desconocido y contra su propia memoria. La embarcación, muy mermada, sufrió lo indecible y a partir de su llegada a Europa predominan dos versiones, la primera, afirma que llegó a las Islas Canarias y la segunda a las Islas Azores.

En la primera, cuando arribaron a Canarias sólo quedaban vivos seis marineros de su tripulación. La leyenda deja incluso los nombres de los supervivientes en unas coplas populares que recopiló fray Bernardino de Ramos en 1573, casi un siglo después de tan enigmático viaje: Pero Fernández, Juan Bermúdez, Pero Francés, Franco Niño y Juan de Umbría. Según cuenta, atracaron exhaustos en la aldea de San Sebastián de la Gomera, donde recibieron ayuda de sus vecinos. Un potentado local, Diego García, les dio cobijo y los dejó en manos de un marino italiano que casualmente fondeaba en la isla: Cristóbal Colón. Y dice más la leyenda: dice que el moribundo le cedió sus escritos bajo la promesa de que los haría llegar a sus parientes en Huelva.

El fraile dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566) fue uno de los autores más significativos que dio carta de naturaleza al personaje, rebajando en parte, aunque sin pretenderlo, el mérito de Cristóbal Colón, cuyas destrezas en el oficio de marino y probada intuición no parecían bastar a su hazaña. El defensor de los indígenas registró un rumor muy difundido en la época según el cual: “Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía) y que iba cargada de mercaderías para Flandes o Inglaterra, o para los tratos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió. Que esto acaeciese así, algunos argumentos para mostrarlo hay (…)”.

Fray Bartolomé de las Casas recoge el comentario apenas medio siglo después del supuesto viaje y el cronista Juan López de Velasco se hace eco en su ‘Geografía y descripción universal de las Indias’, en 1574. Años más tarde, en 1639, la leyenda vuelve en boca de Fernando Pizarro Orellana, en su libro ‘Varones ilustres del nuevo Mundo’, quien le pone nombre al desconocido y da forma al relato. El padre Gumilla, un jesuita que desarrolló su misión en el Orinoco, cambiará La Gomera por la Madeira, y al onubense lo convierte en vizcaíno. Garcilaso de la Vega, por su parte, consideraba a Sánchez alguien histórico. En sus ‘Comentarios Reales de los incas’, Garcilaso relataba que el navío de Alonso Sánchez fue arrastrado por una tormenta más allá de las Azores y cómo de allí volvió para morir en brazos de Colón en 1484.

Éste le narró a Colón su travesía y le dijo que navegando hacia poniente desembarcaron en una isla que los nativos llamaban Quisqueia, presumiblemente la isla de Haití también llamada de Santo Domingo, y que más al oeste se encontraba una gran extensión de tierra firme según le dijeron los nativos.

Concuerdan todos en que Alonso Sánchez de Huelva murió en la casa de Cristóbal Colón después de entregar los documentos que le permitirían posteriormente arribar al Nuevo Mundo. Muere Alonso Sánchez y es enterrado en una fosa común, su nombre olvidado y su hazaña ignorada.

Curiosamente, después de fallecer Alonso Sánchez de Huelva, en ese mismo año de 1484 Cristóbal Colón comienza su frenético peregrinaje por las cortes europeas, comenzando por recurrir al Rey de Portugal Juan ll, a quien trata de convencer para que financie una expedición que iría en búsqueda de ciertas tierras desconocidas, que él dice haber escuchado de su existencia a ciertos pescadores. El Rey portugués rechazó el pedido ateniéndose a la recomendación de tres peritos consultados.

El 17 de Abril de 1492, la reina Isabel firmó las capitulaciones en Santa Fe, adquiriendo Colón, para sí y sus descendientes, el título de Almirante de las islas y tierras firmes que descubriera, Virrey y Gobernador General de ellas; con facultad de proponer candidatos para los cargos que fuesen creados; recibiría el décimo de las riquezas que se encontraran. El resto es la historia por todos conocida.

De Alonso Sánchez nunca más volvió a saberse, salvo en Huelva, donde sus vecinos lo consideran ya para siempre el descubridor de América y han dedicado, en su memoria, una calle, un instituto, un parque, un barco de salvamento, un polideportivo y hasta una estatua en los jardines del muelle.


Por Alberto Seoane

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