HUMANIDAD Y COSMOS es un programa que trata de traerle a usted eso que siempre se preguntó y nunca tuvo la oportunidad de escuchar… Hechos históricos ocultados, fenómenos insólitos, creencias, mitos y leyendas, arqueología proscripta, seres extraños, energías prohibidas, noticias curiosas, científicos censurados, el misterio de los objetos voladores no identificados, profecías y vaticinios, sociedades secretas, ecología, enigmas y soluciones para vivir física y espiritualmente sanos.


domingo, 18 de noviembre de 2012

LA TERRIBLE TRAGEDIA DE GUYANA

Hace 34 años morían más de 900 integrantes de una secta. Los obligaron a tomar cianuro.

El reverendo Jim Jones se creía una mezcla de Cristo y Lenin. La matanza de Guyana, ocurrida el 18 de noviembre de 1978, es gran parte producto de su locura, su sed de poder. Y del culto a la personalidad. En medio de la jungla, a 180 kilómetros de la capital de Guyana, quedaron diseminados 919 cadáveres. Entre ellos, casi trescientos niños. Todavía hoy, a treinta y cuatro años de esta tragedia, los investigadores siguen buscando respuestas a esa locura colectiva, que dejó sólo ochenta y cuatro sobrevivientes.

La costa noreste de Sudamérica fue el lugar que eligió el líder del Templo del Pueblo para establecerse con sus seguidores. Había decidido dejar California porque estaba convencido de que una guerra nuclear era inevitable. Estaba convencido, también, de que la remota Guyana quedaría a salvo de la hecatombe. Allí, entonces, fundó Jonestown (Pueblo Jones), una granja de 140 hectáreas. Sus más fervientes seguidores eran su esposa y su hijo de 19 años. Entre sus fieles había un 70 por ciento de negros y un 25 por ciento de blancos. El resto eran mulatos, mestizos, y asiáticos. Seguían pautas socialistas y de armonía racial. Al menos, éste era el credo que predicaba Jones, un evangélico pentecostal que leía a Marx y exhibía la Biblia como un arma de lucha.

En 140 hectáreas, los miembros de la secta cultivaban hortalizas y frutas, criaban pollos y cerdos, fabricaban su propio calzado, educaban a sus niños y atendían a los enfermos y ancianos. La masacre ocurrió horas después de que el senador norteamericano Leo Ryan, tres periodistas y un desertor de la secta fueron asesinados a tiros en una emboscada tendida en la cercana pista de aterrizaje de Puerto Kaituma. En el ataque de los guardias de Jones quedaron once heridos. Entre ellos el diplomático norteamericano Richard Dwyer, de la Embajada de Estados Unidos en Guyana. Ryan y sus acompañantes habían llegado unas horas antes. Su objetivo: investigar supuestos malos tratos que recibían algunos miembros de la secta. Nada hacía prever la masacre cuando bajaron del avión: Jones recibió a la delegación con un espectáculo musical. Pero las fotografías que sacó uno de los periodistas que después fue asesinado ya muestran su cara de extraviado, su sonrisa demencial.

La tragedia comenzó cuando mucha gente quiso irse con el senador y su gente. Jones envió hombres armados para que no pudieran llegar al avión. La orden era matarlos a todos.
Los guardias de Jones dejaron de disparar porque creyeron que estaban todos muertos. “Tal vez fue porque se les acabaron las balas”, dijo uno de los asesores que acompañó a Ryan.

Según los expertos que estudiaron el caso durante años, Jones se dio cuenta de que había llegado a una situación sin salida. Por eso decidió apelar al suicidio revolucionario, como él llamaba. Explicó a su gente que su sociedad había sido destruida, y que era preferible matarse antes de seguir viviendo y tener que soportar lo que vendría después. Les aseguró que, de todos modos, se encontrarían en otra vida, después de una reencarnación. Algunos tomaron el veneno voluntariamente; otros fueron obligados a hacerlo. Un periodista que sobrevivió al ataque de los guardias de Jones, Charles Krause, contó: “Ellos mandaron hombres armados para matarnos. Asesinaron a Ryan y a otras cuatro personas, hirieron a unas nueve o diez. Pero su blanco principal era Ryan”. Cuando se le preguntó si lo sucedido en Guyana era suicidio colectivo o asesinato en masa, Krause respondió: Yo creo que hubo un poco de cada cosa. En principio, los chicos no se suicidan. Hubo personas que fueron obligadas a hacerlo. Pero, al mismo tiempo, creo que hubo alguna gente que se suicidó por su voluntad.

El doctor Leslie Mootoo, jefe médico y bacteriólogo del gobierno de Guyana, fue terminante: “No creo que más de doscientas personas hayan muerto voluntariamente en Jonestown”.

Cianuro y jugo de frutas fue el postre letal elegido por el reverendo para que lo tomaran sus seguidores. Pese a todo, uno de los sobrevivientes, Michael Carter, dijo que algunos de los fieles fueron muertos con una inyección intravenosa. “Nosotros estábamos dispuestos a no suicidarnos. Y decidimos que era mejor morir de un balazo que tragar ese maldito cianuro- confió Carter-. Corrimos hacia la jungla cuando aún quedaban cien personas vivas. Nos tiraron varias veces, pero no nos dieron. Aquello era algo espantoso: el reverendo Jones estaba de pie en su podio, rodeado de guardias y ayudantes. Parecía no importarle que la gente gritara, llorara o implorara. El reverendo estaba feliz, mientras repartía las dosis de veneno en vasos, o las hacía dar en inyecciones intravenosas a quienes se resistían a tomarlo. No debería hablarse de suicidio masivo, sino de asesinato masivo”.

Según Carter, Jones entregaba el brebaje a cada uno mientras decía: No griten y mueran con dignidad; Le veré en otra vida, hermano; Hagan tomar a sus hijos primero; Por fin hemos conseguido la paz. Jones fue hallado con un balazo en la cabeza. Pero aún se discute si fue asesinado o se suicidó. La psicóloga Margaret Singer, de la Universidad de California, estudió el perfil de psicópata de Jones y también investigó sobre la relación que el reverendo había establecido con sus fieles. El tenía el control sobre la información, sobre sus cuerpos y sobre sus mentes, sobre su vida entera. El los engañaba y los manipulaba, y al final mató a cientos de personas, muchas de las cuales se negaron a obedecerle.

Loco, delirante, capaz de confundir a Cristo con Lenin y de creerse el único Dios sobre la Tierra, el reverendo murió -dijeron algunos testigos- balbuceando el nombre de su madre. Su esposa Marcie estaba a su lado. Jones tenía apenas 47 años.
(Continuará)

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